El Cairo.- El expresidente de Egipto Hosni Mubarak, derrocado en la Primavera Árabe en 2011, murió a los 91 años, semanas después de someterse a una cirugía, anunció hoy la televisión estatal de ese país.
Según informó la familia, la presidencia egipcia será la encargada de organizar el funeral de Mubarak, quien estuvo al frente de un régimen férreo en Egipto por tres décadas.
Mubarak se vio obligado a renunciar el 11 de febrero de 2011, tras 18 días de protestas en el país
El exdictador estuvo encarcelado durante años luego de la revuelta, pero fue liberado en 2017 luego de ser absuelto de la mayoría de los cargos.
Tres décadas de poder
Antes de convertirse en el primer gobernante árabe en prisión, Mubarak gobernó Egipto durante casi 30 años con mano de hierro y era llamado «el último faraón».
Mubarak, quien en la guerra contra Israel de 1973 fue comandante de la Fuerza Aérea, llegó a la cúpula del Estado a través de su carrera militar, al igual que sus antecesores Gamal Abdel Nasser y Anwar al-Sadat.
En 1975, Al-Sadat lo nombró vicepresidente. Allí, se ganó el apodo de «la vache qui rit» (la vaca que ríe), al aparecer porque la mayoría de las veces aparecía junto al presidente con una sonrisa falsa dibujada en el rostro. Tras el asesinato de Al-Sadat, el 6 de octubre de 1981, él pasó a ser jefe de Estado. El mismo Mubarak sobrevivió a seis intentos de asesinato.
A nivel interno, tuvo una política zigzagueante. Procedió con mano dura contra extremistas islámicos que actuaron en los años 90 contra intelectuales, turistas extranjeros, cristianos coptos y empleados públicos. Más tarde hizo grandes concesiones a los islamistas menos radicales, cuya influencia aumentó continuamente entre la población.
A sus dos hijos Alaa y Gamal les proporcionó puestos en el partido y lucrativos negocios, pero lo que más le jugó en contra, según creen diplomáticos extranjeros, fue la exagerada ambición de su mujer, Suzanne, impulsora de la idea rechazada por muchos egipcios de que su hijo Gamal se convirtiera en su sucesor.
Durante 20 años, fue el jefe de Estado más influyente de la región. Solo en sus últimos años le disputó ese lugar el monarca Abdullah de Arabia Saudita, que aprovechó su título de «guardián de los lugares santos» para perfilarse como «personalidad islámica influyente». Tenía también como aliados a los principales líderes de Occidente, que solían callar sobre violaciones a los derechos humanos en Egipto.