MONTEVIDEO, — El cierre de las fronteras y las medidas de confinamiento que realizaron los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay para enfrentar el COVID-19 generaron expectativas de que el crimen organizado tendría más trabas para hacer sus operaciones.
Pero las bandas delictivas en la denominada Triple Frontera, zona donde confluyen los límites terrestres de esos países, encontraron nuevas estrategias para seguir con sus acciones, e incluso sus filas se nutrieron de un gran número de personas desesperadas por la crisis económica y el alto desempleo generados por la pandemia. Una de las principales organizaciones que se fortaleció fue la brasileña Primer Comando Capital (PCC).
Asimismo, según analistas consultados por Sputnik, las bandas recibieron de nuevo a muchos de sus miembros que estaban en prisión, pero que participaron de una serie de fugas recientes aprovechando la desatención de los gobiernos, más enfocados ahora en contener la enfermedad que en las medidas de seguridad.
«La pandemia, en vez de disminuir el crimen organizado lo ha aumentado (…) Los grupos criminales se aprovechan de la necesidad de la gente. Cuando se reduce la actividad legal, aumenta la actividad ilegal. La desesperación social hace que mucha gente de sectores humildes, al no tener trabajo, tenga que recurrir a operaciones del crimen organizado para encontrar una fuente de sustento», explicó a Sputnik el escritor y periodista de investigación paraguayo especializado en temas de seguridad Andrés Colmán.
El reforzamiento de controles fronterizos para contener la pandemia tampoco frenó el movimiento de las bandas delictivas, señaló el reportero del diario Ultima Hora y ganador del Premio Vladimir Hérzog de Periodismo y Derechos Humanos (1985) y el Peter Benenson a la Labor Periodística Comprometida con los Derechos Humanos (2014) de Amnistía Internacional.
Colmán explicó que, en la frontera entre Brasil y Argentina, durante la noche, los grupos criminales cruzan fácilmente el río Paraná con embarcaciones pequeñas o por medio de drones.
Asimismo, «si bien las fronteras están cerradas y hay zonas de control militar, la frontera terrestre entre Paraguay y Brasil tiene más de 400 kilómetros de extensión y es imposible controlar territorialmente», agregó.
Por su parte, el doctor paraguayo en criminología Juan Martens Molas, investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y profesor de la estatal Universidad Nacional de Pilar, dijo a Sputnik que el crimen organizado se adaptó a las regulaciones de los gobiernos durante la pandemia.
Fugas masivas
El 5 de julio, un grupo de 34 presos se fugaron de una cárcel brasileña con graves problemas de hacinamiento y situada a unos 60 kilómetros de Foz do Iguazú, en la Triple Frontera, informaron fuentes oficiales.
La huida de los presidiarios, 31 hombres y tres mujeres, ocurrió en la madrugada en la prisión pública de Medianeira, en el estado de Paraná, en el sur del país, señaló el Departamento Penitenciario del Gobierno regional en una nota.
La investigación preliminar indica que los reclusos «contaron con ayuda externa para romper los candados de las puertas» del centro penitenciario y darse a la fuga. Además, las autoridades brasileñas deslizaron la posibilidad de que algunos de los prófugos pertenezcan a grupos criminales como el PCC.
Cuatro días después, una treintena de presos de alta peligrosidad escapó de una cárcel del nordeste de Brasil tras hacer explotar parte de las instalaciones con complicidad de delincuentes externos, informaron fuentes oficiales.
Hasta el momento, ninguno de ha sido recapturado y las autoridades continúan en su búsqueda.
Colmán señaló que todas estas fugas pudieron concretarse no solo porque los gobiernos han concentrado sus esfuerzos contra el COVID-19, desprotegiendo la seguridad de las cárceles, sino también porque los grupos criminales, al tener más adeptos, cuentan con más ayuda externa a las cárceles para crear planes de escape.
«Los gobiernos están centrados en otras políticas y no tanto en el control carcelario. Eso incentiva las fugas. La mayoría de los delincuentes que se escapan terminan viniendo a Paraguay», agregó.
Zona estratégica
Martens Molas señaló que la Triple Frontera es un «territorio estratégico» de «fuerte comercio ilícito», que incluye el tráfico de armas, trata de personas y de narcotráfico.
«Es una zona súper compleja, donde actúan diversos grupos, es un centro de operaciones por su ubicación estratégica, donde las permisividades de los estados hacen que eso sea posible. Los estados, si quisieran, podrían regularlo, pero hay un uso político de la situación. Los países dejan espacios para que determinadas personas tengan capacidad de maniobra. Hay una convivencia en distintos niveles entre los políticos y el crimen organizado», indicó.
El PCC es un grupo criminal surgido en la cárcel del estado brasileño de Sao Paulo en 1990 y que hace ya varios años que opera en Paraguay.
La organización, que opera en Brasil, Paraguay, Bolivia y Colombia, se dedica al tráfico de drogas y armas, especialmente en las regiones fronterizas, y también al robo de cargas y contrabando de combustible.